El mundo es bizarro. Todos somos extranjeros en casi todos lados. Mis fotos en tiempo real (o no) y mis canciones favoritas. Eventualmente cobertura de Mundiales de Fútbol desde tierras lejanas via @lajeca.
viernes, junio 18, 2010
Camino a Pretoria: asesinato
En algunos posts anteriores les comentaba, medio en broma y medio en serio, la cantidad de obras sin terminar que había en este país. Es evidente que los cinco años que tuvieron para realizar la infrastructra para la Copa no fueron suficientes para terminar a tiempo, entre otras cosas, las carreteras. No me preocupa saber que pasó, ni de quién es la culpa, sólo quiero contarles lo que viví personalmente.
Como aquí anochece a las 6 PM, salir a manejar a la ruta implica muy probablemente, terminar el trayecto de noche. Nosotros íbamos manejando, riéndonos del parecido de este país con Sudamérica, de lo increíble que era que literalmente dos días antes de la Copa estuvieran pintando las autopistas internas de Johannesburgo, que con dos semanas dentro del Mundial, aún estuvieran poniendo la primera capa del pavimento de las rutas interurbanas, etc. De repente , nos dimos cuenta de que estábamos manejando en una ruta que no conocíamos, la cual no tenía ninguna iluminación ni tampoco ninguna demarcación (las líneas del piso aún no habían sido pintadas). Bajamos la velocidad y nos empezamos a preocupar. El Hermano de Richard Alpert, que iba manejando, dejó de hablar y empezó a concentrarse sólo en la ruta. Atrás, el Falso Uruguayo dormía.
Afortunadamente, llegamos a destino sanos y salvos (excepción hecha del percance de quedarnos casi sin nafta a 30 kms de llegar). Dormimos un par de horas y a la madrugada siguiente (aún oscuro y con temperaturas debajo de cero) salimos de vuelta.
A un par de cientos de kilómetros de salir volvimos a pasar por otro de estos tramos sin pintar. Unos metros adelante de nosotros había un grupo de autos estacionados, luces y gente arremolinanda. Después de todos los consejos recibidos, pasamos por el costado del tumulto sin detenernos. Bajamos la velocidad lo suficiente como para ver, al costado de la ruta un auto hecho un moño, tres cuerpos tapados con mantas y otros dos sentados en cuclillas uno al lado del otro cubiertos del frío por sendas frazadas. El auto parecía un auto de alquiler.
Nuevamente nos quedamos mudos. Es difícil entender la naturaleza de un país donde llevar armas es tan común que en todos los lugares públicos existen guardarropas para dejarlas, en el que el 12% de la población está infectada con el HIV, pero que no hacen esfuerzos por no contagiarse porque la esperanza de vida es tan baja y la probabilidad de morir de malaria tan alta, que el SIDA es un problema menor, donde los ladrones, asumiendo que la víctima está armada, disparan a matar sin preguntar antes. Lo miro al Hermano de R.A. y le pregunto si quien debía hacerse cargo del proyecto de infrastructura vial tendrá conciencia de que una familia acaba de morir por su impericia. Me responde con una frase de Pinti: "la ruta dos no es la ruta de la muerte. Es angosta!". Es verdad, siempre le echamos la culpa a la fatalidad. En este caso, como en muchos otros, no es así.
En el asiento de atrás, el Falso Uruguayo seguía durmiendo.
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